miércoles, 1 de octubre de 2014

Magnífica caracterización del teatro de Chejov

Nos la trae Juan Eduardo Zúñiga en su libro sobre los escritores rusos:

la gran innovación que representó el teatro de Chejov era que fraccionaba la clásica línea argumental única, sustituida por varias historias con su propio desarrollo e importancia, imitación exacta de la simultaneidad de aconteceres que se da en la existencia humana. El creaba varios microargumentos que estructuraban el paisaje total de pasiones, ilusiones e impotencias; y en consecuencia, el protagonista central desaparecía y era absorbido en un conjunto de personajes cada cual con sus problemas y su mundo interior. Sin proponérselo, tácitamente, pues Chejov lo que hizo fue trasladar a su teatro su visión de la sociedad, representó en las postrimerías del siglo XIX un cambio de la concepción teatral, un cambio absoluto en el comportamiento de los actores y en la dirección de escena. Su teatro puso fin a la declamación, a los monólogos trascendentales, a los gritos y gestos desmesurados, según era el método convencional de las representaciones decimonónicas. A los argumentos tortuosos de situaciones equívocas, sorpresas, lances inesperados, Chejov opuso la sencillez de las relaciones cotidianas de personas de aparente vulgaridad que mantienen conversaciones triviales, como él mismo dijo al poeta Gorodetski: “Después de todo, la gente no se pasa el tiempo disparando, ahorcándose y declarando su amor, ni tampoco diciendo pensamientos profundos. Con más frecuencia comen, beben, flirtean y dicen tonterías. Esas cosas son las que deben verse en el escenario”.


            (“Antón Chejov y las gaviotas”, en Desde los bosques nevados, p. 37

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